Muerte infantil en Bocanda-Costa de Marfil

Publicado en De autor, En primera persona
Muerte infantil en Bocanda-Costa de Marfil

Foto: Mikaela Palomar Ramos

En primer lugar, comenzaré presentándome. Me llamo Mikaela, y soy Enfermera. Desde que fui pequeña, quise estudiar esta carrera porque quería ayudar al resto de los niños que no tenían nada para poder comer ni regalos en Navidad. No quería enseñarles dentro de clases, sino educarlos para que no se hicieran daño y prevenirles de enfermedades que aquí, en España, ya estaban casi erradicadas y que por causas socio-económicas están volviendo a aparecer.

El mayor sueño que tenía era hacerme mayor de edad para viajar a un país de África, donde poder sentir en primera persona esa vida agridulce de donde el hombre proviene. Así que el verano pasado, habiendo finalizado el tercer curso de Enfermería, decidí ir a Bocanda, Costa de Marfil, con las hermanas de Santa Ana. El pueblo en el que estuve, era pequeño aunque contaba con instalación eléctrica, la mayoría de gente allí es campesina, especialmente las mujeres que, al fin y al cabo, son las que se hacen cargo de todas las casas. Costa de Marfil, un país que ha tenido una macro economía inmensa y ha sido muy rico debido al gran número de exportaciones que ha realizado de marfil y cacao especialmente; sin embargo, la sobreexplotación de estas tierras han hecho que el país vaya en decadencia y que muchas de sus ciudades y pueblos hayan terminado con una guerra civil en el 2011.

Las hermanas de Santa Ana están en Bocanda desde 1972 haciéndose cargo de la escuela del pueblo, mientras que en 1976, una hermana enfermera, debido a las necesidades de toda la provincia, decide crear un dispensario, que es como un centro de salud en España. Mi labor fue ir allí a colaborar en todo lo que pudiera sabiendo que contaba con dificultades como el idioma (baulé, como lengua nativa y francés como lengua estatal), realizaba los test de cribado de VIH y Malaria para agilizar las consultas, participaba también en las vacunaciones pediátricas una vez a la semana y en la toma de tensiones y temperaturas de las personas que acudían al dispensario desde pueblos a más de 50 km caminando. Yo iba con la expectativa de hacer eso, colaborar y empaparme de toda su cultura y de todos y cada uno de los detalles.

Pero una vez “metida manos a la obra” todo cambia un poco. Fue el caso de M. M llegó al dispensario desde un pueblo a 26 km de Bocanda con sus padres por un mal que tenía hacía tiempo. Aporrearon la puerta en busca de una ayuda urgente, y saben que el dispensario de Santa Ana, siempre tiene las puertas abiertas. En África, no es común que la primera visita a un especialista cuando una persona enferma sea a un consultorio médico; primero pasan por los fetiches, que son como los intermediarios entre ellos y otras creencias culturales sobre un mundo de demonios que son los causantes de esas enfermedades. Cuando han probado muchos medicamentos naturales, pociones y regalos a los fetiches, y el niño no mejora, hay quien cree que debe morir y ya está; y hay padres que creen que necesitan tener una segunda oportunidad en la “medicina de los blancos” y acuden al dispensario en busca de ayuda.

Muerte infantil en Bocanda-Costa de Marfil

Foto: Mikaela Palomar Ramos

Esta alternativa muchas veces llega tarde, porque según el tipo de enfermedad como el VIH, está muy extendida por el organismo y es difícil de paliarla o ralentizar su evolución.

Al ver a M, supimos que algo no iba bien; Susana, que es la Hermana enfermera española con la que estaba en el dispensario, enseguida se apresuró al verlo. Como a todos los pacientes que iban llegando, lo pesamos, le pedimos los datos (casualmente no sabían la edad que tenía, porque para ellos no es importante) y le hice los test de cribaje. El VIH le dio negativo, pero el Paludismo o Malaria resultó ser positivo.

La Malaria, una enfermedad que viene causada por la picadura de una especie de mosquito (Anopheles) y que, si se tarda mucho en diagnosticar, ataca de tal forma al bazo que causa una anemia muy grave de la cual es difícil poder salir por la vulnerabilidad de los cuerpos y los bajos recursos económicos y materiales de los que se disponen.

Fue el caso de M, al verle los párpados inferiores sin colorear, la lengua blanca y tan dormido encima de los brazos de su madre, supimos que la enfermedad la habría contraído de bebé, y ahora tendría como unos 3 años. En esos casos, los segundos son decisivos y los recursos tan escasos que no contábamos en toda una región con una máquina de laboratorio para poder hacer una analítica. Así que, nos apresuramos, y Susana llamó por teléfono al responsable de salud de la comarca, para pedir bolsas de sangre y realizarle una transfusión urgente, porque en este país no conocen el hierro endovenoso que podría haber sido otra alternativa. Este señor, muy tranquilo, contestó que no había bolsas de sangre en toda la región y colgó el teléfono.

Entonces, tocaba informar a los padres, que andaban desesperados con este pequeño en brazos y asustados al oír gritar en francés a la hermana por teléfono. Así que les explicamos, que la única posibilidad es que gastaran lo que ellos pudieran ganar en todo un año trabajando en un viaje a 150km de allí para conseguir una bolsa de sangre, y seguramente, no llegaría a tiempo para salvar al pequeño ni tampoco sería una solución patognomónica.

Son segundos e instantes en los que no te planteas qué es lo ético en estos casos o si es el momento de buscar culpables. Ellos, resignados, se marcharon del dispensario con el pequeño dormido en brazos.

A los dos días, llegaron noticias al dispensario. M, había fallecido a las dos horas de estar en el dispensario y había sido abandonado en el campo anterior a su pueblo. Pues, como millones de casos en África, los niños no tienen partidas de nacimiento ni están registrados en ningún sitio, por tanto ese niño no existe. Tampoco han trabajado para poderse subsanar un buen entierro, pues en Costa de Marfil los entierros son fiestas de tres días que se pagan con el dinero que el difunto ha ido ahorrando a lo largo de toda su vida. Un niño, al no trabajar ni cobrar por su corta edad, no tiene el derecho de ser enterrado de esta manera, así que como ni existe ni tiene dinero, es el único final al que sus padres están obligados a darle.

Los sentimientos que producen estas situaciones son de impotencia, porque sabes, que ante una urgencia de este tipo, en España, ese niño hubiera tenido, una bolsa de hierro, un laboratorio para analizar sus carencias sanguíneas y medicación para poder revivirlo. Sabes con certeza también, que ante una urgencia de este tipo, se manda un vehículo urgente a buscar sangre al banco más cercano para que le llegue a tiempo, o se buscan todas las alternativas necesarias para que esta muerte se hubiera evitado.

Muerte infantil en Bocanda-Costa de Marfil

Foto: Mikaela Palomar Ramos

Cuando ves, que esto no es algo nuevo, que la vida sigue y que nadie pregunta por la vida de M ni de ningún caso así, te das cuenta que es su forma de vida y que las cosas no funcionan de la misma manera. Que es su cultura, y una persona no puede llegar y cambiarlos de un día para otro. Entonces, es cuando le encuentras sentido al viaje que te has dispuesto a realizar, es cuando te das cuenta que para empaparte de su vida, tienes que vivir como ellos. Esto, no significa que te acostumbres a este tipo de situaciones, sino que intentas convivir con ellas y ayudarles a entender, que quizá la muerte del niño no es evitable en vista a los recursos que no dependen ni de los civiles ni de las hermanas ni de las ONG que trabajan de sol a sol por la evolución de estos países sino que, la vida de ese niño es una VIDA, y que deben hacer lo posible para que esa VIDA sea DIGNA hasta el final. Que todos los niños merecen una partida de nacimiento, y tener un registro que recuerde que han pasado por este mundo siendo niños. Y por supuesto merecer un entierro o algo que se le asemeje para darle un último homenaje y no acabar siendo alimento para los animales que corren por la selva.

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