Indonesia

Me llamo Olivier Llinares, tengo 34 años, soy francés y trabajo como enfermero en la Unidad de Acogida (urgencias) de pacientes agudos del hospital psiquiátrico de Pau (Centre Hospitalier des Pyrénées).

También soy miembro de la CUMP (Cellule d’Urgence Médico Psychologique) de la zona (Pyrénées Atlantiques).

En febrero de 2005, el doctor Pasamar (psiquiatra en la Unidad de Agudos del hospital de Albi y personaje importante en el campo de la emergencia psicosocial a nivel internacional) contactó con nuestra CUMP pidiendo un enfermero para el programa de salud mental que está montando conjuntamente con la ONG Médicos del Mundo en Banda Aceh, Indonesia, tras el tsunami del 26 de diciembre de 2004.

Cuando la noticia llega a mis oídos, no me lo pienso mucho para proponerme como voluntario, después de haberme puesto de acuerdo con mi esposa, claro.

La misión definida en París con Médicos del Mundo (MdM) y el doctor Pasamar era recoger informaciones sobre la sintomatología psiquiátrica, la farmacopea disponible, el contenido de la formación de enfermería (sobre todo el módulo de salud mental), el funcionamiento de la sociedad achenesa antes del cataclismo, su manera de considerar a las enfermedades mentales,… La meta de esta «investigación» era entregar lo más pronto posible, al grupo de médicos, psicólogos y enfermeros que llegaban al principio de mayo, una síntesis de estas informaciones para crear un programa de formación en emergencia psicosocial, de cinco días de duración, para médicos y enfermeras locales.

Es así que el 23 de marzo despegué para Singapur, Medan y Banda Aceh donde llegué después de 24 horas de viaje.

Días antes y justo antes de llegar, muchas preguntas se entrechocaban en mi mente: ¿cómo queda una ciudad de un millón de habitantes después de un terremoto de 9,3 grados en la escala de Richter y 4 olas de 20 metros que 15 minutos después penetraron varios kilómetros adentro… habrá cadáveres en todas partes como enseñaron en la tele… cómo podré ayudar ante una catástrofe tan grande… con quién debo contactar primero… mi nivel de inglés bastará para hacer entrevistas con la gente… cómo se vive en una misión humanitaria… cómo podré comunicar con mi familia… cuántos seremos… casa, tienda de campaña, el suelo mismo?

Como para contestar a estas preguntas secretas, la encargada de la misión me da una vuelta a lo que queda de la ciudad: un campo de ruinas, de vez en cuando el olor de putrefacción te salta a la garganta a pesar de los tres meses que han pasado. Yo pienso en el chófer que nos lleva, me digo que quizás estamos recorriendo una parte de la ciudad donde tiene muchos recuerdos, quizás vivía su novia (es un chico joven quien conduce) y ya no sabe dónde está… Pienso: si los empleados locales sufren psicotrauma, les estamos imponiendo algo muy doloroso. Organizaremos con la psicóloga de Médicos sin Fronteras-Bélgica una consulta para nuestros trabajadores.

Pasan los días y voy descubriendo que los acheneses son gente muy buena, muy apacibles y que detrás de la sonrisa permanente de sus caras se esconde un inmenso sufrimiento debido al reciente tsunami, claro, porque se llevó para algunos toda su familia (20 personas de golpe desaparecen de la vida de alguien); pero también debido a la guerra que opone los independistas y el ejército indonesio desde hace 15 años.

Cada día, hasta varias veces, la tierra nos recuerda las enormes tensiones tectónicas en acción en la zona de Sumatra con terremotos de nivel 2, 4 o hasta 6 que nos mantienen en alerta. Pero el 28 de marzo una sacudida tremenda sobre las once de la noche interrumpe la reunión diaria; no se consigue caminar, parecemos borrachos, o en un barco con mala mar; lo notamos, este es distinto, es muy largo (unos dos minutos).

Cuando la tierra está ya calmada, llega la hora de la pregunta fatal: ¿podría ser otro tsunami ahora con esta sacudida tan fuerte? ¡Claro que no! contestamos nosotros, los europeos, seguros de nosotros mismos, a los locales que preguntan. Pero dentro de tí: pues… ¿por qué no? La gente huye hacia la montaña y nosotros no. Sabremos la mañana siguiente que fue de 8,3 grados el terremoto.

Otras preguntas: ¡Por qué he dejado a mi mujer y a mi bebé de 14 meses para ayudar a los demás si me puedo morir yo también haciéndolo! ¡Mis colegas han sacrificado días de vacaciones para sustituirme y yo estoy aquí jugándome la vida! En fin, todo el desfile de la culpabilidad. Me podía haber ido en este momento, pero estaba bien vivo y con ganas de cumplir con lo que me pedían a pesar de sentirme como afectado.

Una idea que me ayudó fue pensar que al regresar a París pasaría por el debriefing y ahí lo soltaría todo. Además, la forma de actuar de MdM es muy respetuosa con la gente, de lo que son y de lo que quieren. Me di cuenta allá que no todas las ONG’s (había unas 300 presentes en Banda Aceh) actúan así.

De esta experiencia salgo enriquecido por la gente que conocí: compañeros de trabajo, tanto los europeos como los locales, como el traductor con quien iba siempre, por ejemplo. Y fui uno de los primeros enfermeros psiquiátricos en una misión humanitaria, lo que significa que tenemos nuestro sitio en este campo.

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