Rememorando “El Prestige”

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Autoría y propiedad: EUTS de Santiago de Compostela. Con autorización para publicar

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El día 13 de noviembre de 2002 frente a las costas gallegas, concretamente en la costa de Muxía, comienza la catástrofe del Prestige; un petrolero con 77.000 toneladas de fuel óleo está a la deriva y vierte parte de su contenido en nuestras aguas. Ante esta situación de emergencia los ciudadanos responden de manera inmediata intentando luchar contra la marea negra que asola la costa, sobre todo las personas más vinculadas al mar (pescadores/as, mariscadores/as, cofradías…). La respuesta de las Administraciones responsables se hace esperar, tardan en ser parte activa en la resolución de esta catástrofe tratando de minimizar la gravedad de la situación. La frustración por el sentimiento de desamparo desemboca en la movilización masiva de la ciudadanía, presionando a las Administraciones en la asunción de su responsabilidad para obtener una respuesta acorde a la dimensión del desastre. La percepción de vulnerabilidad se evidencia cada vez más a medida que se observa la insuficiencia de las medidas adoptadas por los responsables políticos.

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En este contexto la sociedad civil inicia uno de los movimientos de mayor resonancia solidaria acontecida a nivel estatal, y se hace necesario canalizar esta voluntad de ayuda a través de la organización del voluntariado, procedente no solamente de Galicia sino de todo el territorio nacional y del extranjero. Frente a la “marea negra” que tiñe nuestros mares comienza la “marea humana” que desborda las expectativas de la población gallega y de las Administraciones.

Urge la necesidad de gestionar el esfuerzo humano que excede la capacidad de respuesta del Servicio Galego de Voluntariado. La Xunta de Galicia se ve obligada a reforzar este servicio ampliando los recursos humanos y técnicos. En este grupo de profesionales contratados ad hoc es significativa la presencia mayoritaria de trabajadores/as sociales que desarrollan su actividad en los equipos de coordinación, organización y seguimiento de la participación voluntaria. El desarrollo de este potencial humano permite aumentar la capacidad para hacer frente a la situación de forma efectiva y disminuir la vulnerabilidad que inicialmente se percibía.

En la red de colaboración creada desde la Xunta se encuentra la Universidad de Santiago de Compostela, que a través de su propio servicio de voluntariado participa en las labores de limpieza de las playas, tratando de paliar las consecuencias de la catástrofe. Como miembros de la comunidad universitaria de Santiago de Compostela, tres profesoras y un grupo de alumnos/as de la Escuela Universitaria de Trabajo Social participamos en esta acción solidaria el 27 de enero de 2003.

Autoría y propiedad: EUTS de Santiago de Compostela. Con autorización para publicar

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El día comienza a las 8 de la mañana cuando un autobús nos recogía junto a otros voluntarios procedentes de la Universidad de Barcelona. Es el punto inicial de un viaje lleno de interrogantes: la incertidumbre del lugar de destino, las tareas a realizar, los conocimientos y/o habilidades necesarias… pero todos estábamos dispuestos a aportar nuestro grano de arena e ilusionados con la idea de que nuestro trabajo podría contribuir a mejorar la situación.

Carecíamos de figuras de referencia; solamente el conductor del autobús sabía que tenía que llevarnos al pabellón municipal de Carnota. Durante el viaje la inseguridad del grupo era evidente y aumentaba a medida que se hacía manifiesta la falta de información y las pautas de actuación básicas que dieran respuesta a las dudas y cuestiones que el grupo nos planteaba a las profesoras de la Escuela, ya que nos identificaban como figuras de referencia en este contexto.

La información disponible en ese momento era la aportada por el pequeño grupo de alumnos/as de Barcelona que compartió con nosotros las instrucciones que les habían proporcionado desde su universidad, —sobre todo en lo relativo a la prevención de riesgos—; la procedente de los medios de comunicación y la de experiencias previas vividas por miembros del grupo que con anterioridad habían participado en la limpieza de playas —con grandes “mantas” de chapapote, en zonas peligrosas para trabajar, con problemas de respiración, alergias, etc.—. Toda esta información arrastraba notas de “dramatismo”, que generaba tensión y cada vez más desconcierto.

A la llegada al pabellón de Carnota, centro designado para la coordinación del voluntariado, continuábamos sin persona de referencia aunque se empezaba a percibir “el orden dentro del caos”. Se nos proporcionó comida y el equipamiento para las tareas a realizar en la playa (monos de trabajo, mascarillas, gafas, guantes, botas y canastos con provisiones). La espera se hacía larga antes de comenzar la actividad, aunque solamente pasaron unos minutos hasta que nos fue asignado un coordinador que nos dirigió a la zona de trabajo.

Autoría y propiedad: EUTS de Santiago de Compostela. Con autorización para publicar

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Llegó el momento esperado por todos: llegamos a la playa.  Aquí se produce una de las vivencias más significativas de la jornada, aparentemente la zona de trabajo no respondía a la imagen que nosotros habíamos concebido con anterioridad. No había las “mantas de chapapote” típicas de los primeros días del desastre, ni aquellas imágenes que transmitían los medios de comunicación. Lo que vimos era una playa blanca y limpia que no se ajustaba a las expectativas que traíamos, puesto que la tarea iba a consistir en recoger pequeñas “galletas de chapapote” ocultas bajo la capa superficial de la arena y atrapadas en la vegetación de la marisma —fuente de alimentación de las aves de la zona—.

Ante la sorpresa inicial de esta situación no esperada, nos adaptamos rápidamente a las tareas encomendadas, hecho que se ve favorecido por el entusiasmo que como grupo transmitíamos. Se distribuye el trabajo y se designa a la persona que iba a tener el rol de “manos limpias” —encargada, entre otras funciones, de la distribución del material, de proporcionar agua…—. La jornada transcurrió en un ambiente sosegado en contraste con la inquietud presente en las primeras horas del día.

Finalizamos nuestra experiencia como voluntarios/as compartiendo una cena con otros grupos en la cofradía de pescadores de Lira. Fue reconfortante recibir el agradecimiento de las personas más afectadas por la catástrofe que nos trasmitía el grupo de mujeres encargadas, diariamente, de preparar la comida.

Ya han pasado 6 años de este acontecimiento pero en nuestra memoria continúa el recuerdo de ese día en el que colaboramos en actividades programadas de recogida de chapapote en playas de Carnota, —prueba de ello es su reflejo en dos pinturas elaboradas por una de las profesoras participantes y expuestas en el despacho que las autoras de este relato compartimos y que mantiene viva la idea de que esta catástrofe no es un hecho aislado, sino que estas situaciones u otras similares pueden volver a acontecer—.

La experiencia fue muy gratificante y significativa para conocer y vivir en primera persona como se desarrollan los procesos de intervención en catástrofes naturales, los sentimientos que generan y la importancia que en todo ello tienen las percepciones de las personas implicadas. Este aprendizaje nos ayudó a entender la relevancia que en situaciones de emergencia tiene la información adecuada y precisa para contrarrestar los temores ante situaciones desconocidas y la predisposición de las expectativas creadas. Del mismo modo, se destaca la importancia de una buena coordinación y de la presencia de figuras de referencia que transmitan un mensaje coherente para el grupo, lo que facilita el manejo de la incertidumbre.


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