Neurociencia moderna y estrés postraumático: aportaciones para mejorar la intervención desde el Trabajo Social Sanitario en los Servicios de Urgencias Hospitalarias

Miriam Sánchez Reyes

Trabajadora social sanitaria en el Hospital Universitario del Sureste del Servicio Madrileño de Salud. Doctora (Ph.D) en Trabajo Social por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en Neurociencias por la Universidad de Salamanca. Docente colaboradora en el Máster Universitario de Trabajo Social Sanitario de la Universitat Oberta de Catalunya. Docente colaboradora en el Ciclo de Grado Superior de Documentación Clínica y Administración Sanitaria en el Centro de Formación Profesional Específica San Juan de Dios (Ciempozuelos-Madrid).

Los Servicios de Urgencias Hospitalarias (SUH)

Fuente de la imagen: Pexels

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La Organización Mundial de la Salud (OMS) define como urgencia sanitaria “la aparición fortuita (imprevista e inesperada) en cualquier lugar o actividad, de un problema de salud de causa diversa y gravedad variable, que genera la conciencia de una necesidad inminente de atención por parte del sujeto que lo sufre o de su familia”[1]. La emergencia también es una situación urgente, pero en la que “se pone en peligro inmediato la vida del paciente o la función de algún órgano[2].

Los Servicios de Urgencias Hospitalarias (SUH) son aquellas unidades asistenciales dentro del hospital, que tienen como función prestar esa atención sanitaria urgente de forma multidisciplinar, “cumpliendo unos requisitos funcionales, estructurales y organizativos, de forma que garantiza las condiciones de seguridad, calidad y eficiencia adecuadas para atender a las urgencias y emergencias”[2]. Son la vía de entrada de las personas que presentan de forma súbita una enfermedad aguda, urgencia o emergencia, y es necesario categorizarlas según su gravedad para poderlas atender de forma rápida, ordenada y sobre todo, priorizando aquellas que requieran una atención más urgente debido a la situación clínica y las necesidades asistenciales que presente[3]. Los últimos datos presentados por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad correspondientes al año 2016, indican que la atención sanitaria urgente prestada en los SUH en España, suponen 21,5 millones de urgencias atendidas anualmente[4].

Son múltiples las circunstancias que pueden requerir una atención sanitaria inmediata: un accidente de tráfico, la sospecha de un infarto agudo de miocardio, un ictus, el empeoramiento de una enfermedad crónica, una agresión o abuso sexual, intoxicaciones, intento autolítico, quemaduras graves, etc., y cuando alguna de estas situaciones irrumpe en la vida de una persona requiriendo incluso a veces un periodo de hospitalización, casi siempre “se convierten en una experiencia compleja que produce en quien la padece: malestar, preocupación e inquietud, además de una mayor dependencia de las personas que la rodean”[5].

Sufrir un acontecimiento estresante de este tipo, puede desencadenar una respuesta desadaptativa en quien lo experimenta o en quien lo observa. Habitualmente no será grave ni se dilatará en el tiempo pero en algunos casos, cuando el acontecimiento vivido sea altamente traumático y haya estado en juego la supervivencia de la persona (accidente, violación…), este tendrá como respuesta el llamado trastorno por estrés postraumático (TEPT), que puede afectar en la infancia, la edad adulta o la vejez, y cuyo impacto puede trasformar la vida de quien lo siente[6].

La complejidad de la atención integral de los pacientes en los SUH va en aumento, y aunque el trabajo realizado por los profesionales sanitarios (personal médico, de enfermería, técnicos en cuidados auxiliares de enfermería, informadores de urgencias…) es de innegable e incalculable valor, también lo es el de aquellos profesionales como los trabajadores y trabajadoras sociales sanitarios, que son un pilar imprescindible en la atención a los pacientes en este área, ya que ofrecen una trato cercano, una escucha activa, una gestión coordinada y ayudan a mejorar su calidad de vida teniendo en cuenta sus propias posibilidades, sobre todo cuando no cuentan con el soporte social, familiar y/o económico que debieran tener[6].

El último estudio realizado por el conjunto de los Defensores del Pueblo sobre las Urgencias Hospitalarias en el Sistema Nacional de Salud del año 2015, viene a reforzar además la presencia de los trabajadores sociales en este ámbito,  ya que especifica que “la atención integral de la salud y la mejora del bienestar es la base del Sistema Nacional de Salud y del Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia”[7] y entre sus conclusiones que “la demanda de asistencia urgente por colectivos de personas en situación vulnerable (discapacidad, riesgo social, maltrato o violencia, enfermedad mental) precisaría de una mayor dotación de personal especialista en trabajo social en los SUH. Se acusa especialmente la carencia de estos profesionales en los horarios de tarde y noche”[7].

 

Trabajo Social Sanitario en los Hospitales: breves reseñas históricas

Fuente de la imagen: Pixabay

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El comienzo del Trabajo Social en los hospitales lo podemos situar en la figura de las hospital almoners en el Hospital Royal Free de Londres en el año 1895, siendo Mary Stewart la primera persona contratada para este puesto. Su función principal consistía en revisar las solicitudes de admisión al dispensario de enfermos que necesitaban un tratamiento para su curación pero que no contaban con los recursos económicos suficientes y aceptar las que consideraba adecuadas para recibirlo[8].

En Estados Unidos encontramos a quien es considerado uno de los grandes pioneros del Trabajo Social Sanitario, el Dr. Richard Clarke Cabot (1868-1939), médico y educador médico, cuyos intereses incluyeron el trabajo social entre otros[9]. Cabot, viendo la importancia que tenían los problemas sociales en la recuperación de los pacientes que él atendía, creó el primer Servicio de Trabajo Social Sanitario llamado  Servicio Social Médico en el Hospital General de Massachusetts[10] el día 2 de octubre 1905, siendo Garnet Isabel Pelton la primera trabajadora social sanitaria que asumía este encargo[11]. Las funciones para las que Cabot contrató a Pelton fueron  principalmente tres[11]: ayudar a socializar la medicina, actuar de traductor entre el médico y el paciente-familia, y proporcionar información sobre los factores sociales y mentales, pudiendo ser éstas consideradas las primeras funciones reconocidas a las precursoras del Trabajo Social.

En España, los primeros trabajadores sociales en el ámbito hospitalario surgieron en centros hospitalarios que dependían de la Iglesia Católica y prestaban asistencia a enfermos desde una concepción cristiana de la caridad y en fundaciones  benéficas que atendían a enfermos sin cobertura sanitaria ni recursos económicos. Los hospitales privados de Cataluña fueron pioneros en tener trabajadores sociales en sus plantillas (Hospital de la Santa Cruz y San Pablo, Hospital San Juan de Dios, etc.)[12].

El primer hospital que estableció un Servicio Social en España fue el Hospital Provincial de Madrid en el año 1950, siendo realizada la primera contratación por el Servicio de Psiquiatría de López Ibor[13]. Desde entonces, se han ido incorporando a las plantillas hospitalarias trabajadores sociales.

En el año 1986 se aprobaba la Ley 14/1986 de 25 de abril General de Sanidad, que reconocía el derecho a la protección de la salud y a la atención sanitaria de todos los ciudadanos y exigía al Sistema Nacional de Salud tener en cuenta la atención social del individuo, fundamentándose así la existencia del trabajador social en el ámbito de la sanidad[14].

Posteriormente, se aprobaba el Real Decreto 63/1995, de 20 de enero, sobre ordenación de prestaciones sanitarias del Sistema Nacional de Salud, cuya disposición adicional cuarta establecía lo siguiente: “La atención a los problemas o situaciones sociales o asistenciales no sanitarias que concurran en las situaciones de enfermedad o pérdida de la salud tendrán la consideración de atenciones sociales, garantizándose en todo caso la continuidad del servicio a través de la adecuada coordinación por las Administraciones Públicas correspondientes de los servicios sanitarios y sociales”, haciéndose con esto, necesaria la presencia de los trabajadores sociales en los diferentes niveles de atención sanitaria: primaria y especializada.

 

Objetivos y funciones de los trabajadores sociales en los SUH

El Trabajo Social es “un quehacer profesional de complemento y apoyo de las acciones médico-sanitarias a través de programas integrados y nunca de acciones aisladas del todo, que es la institución de salud”[15].

Actualmente, la mayoría de los hospitales cuentan con trabajadores sociales sanitarios aunque no en todos existen estos profesionales presencialmente o localizados las 24 horas al día, siendo frecuentemente inexistentes en el turno de noche, fines de semana y días festivos. Cuando estos profesionales detectan o se les notifica mediante una interconsulta de otro profesional un caso social sanitario (al igual que el resto de profesionales del área de Urgencias), es atendido de forma rápida, ágil, y eficaz, atendiéndose la urgencia psicosocial que presenta el paciente y /o familiares en el menor espacio de tiempo posible.

Los objetivos de los trabajadores sociales sanitarios que ejercen en el área de Urgencias, se incluyen dentro de los generales de la institución en la que se encuentran, enfocados siempre desde un punto de vista social. Como objetivos específicos, pueden hacerse extensivos los mismos que para el Trabajo Social Hospitalario, pudiéndose establecer los siguientes[15]:

  • Aportar al equipo interdisciplinar de salud el diagnóstico social realizado, que puede incidir en el motivo de la enfermedad, desarrollo, tratamiento y sus consecuencias sociales.
  • Orientar, informar y capacitar a los pacientes y sus familiares, y a la comunidad en general, de las necesidades que se derivan de la propia enfermedad, para que actúen como parte activa de su prevención, promoción y recuperación de la salud.
  • Y por último, participar en las políticas de salud que se desarrollen.

En relación a las funciones de los trabajadores sociales sanitarios en los SUH, sin bien puede haber alguna variación dependiendo de la institución en la que se encuentren y utilizar como algo más específico el proceso de intervención en crisis, en general, pueden ser equiparables a las ejercidas en el ámbito hospitalario en general.

De acuerdo con el Manual de Prácticas de Trabajo Social en el campo de la Salud publicado por los trabajadores sociales Mondragón y Trigueros, se pueden establecer como funciones desarrolladas por el trabajador social hospitalario las siguientes[16]:

  1. Atención directa a enfermos y/o familias. Este tipo de atención consta fundamentalmente de 3 acciones: el estudio sociofamiliar, el diagnóstico de la problemática y el tratamiento social. Paralelamente a estas, el trabajador social desarrolla también funciones de gestión de recursos, prevención de futuras necesidades, rehabilitación y reinserción social y/o familiar, y aporta al equipo médico los aspectos sociales del paciente que pueden incidir en su diagnóstico y en el tratamiento de su enfermedad.

La intervención concretamente en el Servicio de Urgencias, se realizará por parte de los trabajadores sociales sanitarios como hemos comentado anteriormente de la manera más rápida posible y eficaz, teniendo en cuenta la situación concreta. Para ello, será necesario tener la capacidad de valorar las diferentes situaciones imprevistas surgidas, ser conscientes de la insuficiente información con la que contará en ocasiones, la escasez de tiempo para buscar y gestionar recursos y sobre todo, se deberá conocer la coordinación interna del centro y la externa entre los diferentes niveles asistencias y recursos sociales y sociosanitarios.

  1. Acción sobre el Centro Sanitario: planificación del Centro, participación en comisiones de trabajo, en investigaciones del hospital, información y asesoramiento a los órganos de gobierno sobre aspectos sociales específicos, y participación en la formación permanente del personal.
  1. Acción sobre la comunidad: el trabajador social ha de promover la presencia del hospital en la comunidad, contribuyendo desde el Centro con medios técnicos y programas de docencia en la zona, planificando y coordinando una acción social conjunta, y creando y promoviendo recursos sociales y la mejora de los existentes.
  1. Investigación: de problemas sociales que se hayan podido descubrir con la exportación de datos de la Unidad de Trabajo Social del hospital, análisis y estudio de las causas que han generado problemas con el equipo interprofesional, investigación y promoción de técnicas y metodología del Trabajo Social, y por último, investigación de recursos, necesidades y procedencia de las demandas.
  1. Docencia y formación permanente: asistencia a ponencias, cursos, seminarios, grupos de trabajo que organicen los Colegios Profesionales, y reuniones conjuntas entre los miembros de la Unidad de Trabajo Social.

Aunque las funciones del Trabajo Social en el ámbito hospitalario y específicamente en el Servicio de Urgencias han ido evolucionando con el paso de los años, algunas se han desarrollado y consolidado pero otras muchas siguen precisando una mayor expansión, como la actualización profesional en conocimientos que favorezcan el desarrollo de la práctica profesional ya sean teóricos, nuevas metodologías o espacios reflexión, como por ejemplo el tema objeto de estudio del presente artículo: la Neurociencia enfocada a los casos de estrés post-traumático pero para profesionales del Trabajo Social Sanitario concretamente de Urgencias.

 

Neurociencia: ¿De qué hablamos?

Fuente de la imagen: https://neuronsandsynapses.wordpress.com/

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El escritor estadounidense Jeffrey Eugenides dijo que “la biología te da un cerebro. La vida la convierte en una mente”. El cerebro humano es un órgano complejo, quizás el más complejo que tenemos las personas, y descifrar como trabaja, como se desarrolla, su estructura y sus funciones se ha convertido en un gran reto científico del siglo XXI[17]. Gracias a él podemos pensar, sentir o imaginar, ya que en él se encuentra el origen de nuestros pensamientos, emociones y comportamientos.

Sabemos que se ha aprendido más acerca del cerebro en las últimas décadas que en toda la historia previa de la humanidad, habiendo contribuido a ello la utilización de técnicas de neuroimagen como las Resonancias Magnéticas (RM) o las Tomografías por emisión de positrones (TEP), utilizadas tanto en personas vivas y sanas como en personas con alguna patología[18], los diferentes acontecimientos recientes como la declarada “Década del cerebro” entre 1990-2000 en Estados Unidos, el “Año de la Neurociencia” en 2012 en España o el proyecto “Cerebro Humano”, que se está desarrollando actualmente en el continente Europeo con el objetivo de crear un cerebro virtual que permita “viajar a través de él”[18], además de otros factores como el aumento creciente de las enfermedades del sistema nervioso en occidente, los procesos neurodegenerativos como el Alzheimer o el Parkinson y los trastornos psiquiátricos[19].

La llamada Neurociencia, “ciencia del cerebro” o del sistema nervioso, es de reciente implantación en las llamadas Ciencias Biomédicas, y estudia cómo funciona la mente humana desde su nivel celular y molecular hasta los complejos procesos psicológicos del conocimiento y del comportamiento humano. Es un campo multidisciplinar, formado por diferentes disciplinas como la biopsicología, neuropsicología, neurología, neurotecnología, neurociencia cognitiva o neurociencia social entre otras, que están en continua comunicación y conexión entre sí[20], por lo que sería más adecuado hablar a partir de aquí de neurociencias en plural.

No cabe duda del impacto que estos avances neurocientíficos están teniendo incluso en disciplinas muy tradicionales, dando lugar a la aparición de nuevas especialidades como por ejemplo la neuroeducación, neuroeconomía, neuroética o neuroemprendimiento. Además, empieza a vislumbrase un campo prometedor para pacientes con lesiones cerebrales, ya que se podrá medir la actividad de su cerebro para detectar su consciencia o también en el ámbito de la justicia, ya que se permitirán técnicas de neuroimagen como los TEP y las RM, para demostrar posibles alteraciones cerebrales que podrían repercutir en el comportamiento de la persona acusada en un juicio.

Si bien en esto se está trabajando, en la actualidad ya encontramos estudios sobre muchos otros aspectos como las adicciones, enfermedades mentales, enfermedades neurodegenerativas, el apego y desarrollo en la primera infancia, educación y aprendizaje, empatía…, siendo también el trastorno por estrés postraumático uno de los aspectos ampliamente estudiados.

 

Neurociencia y Trastorno de estrés postraumático

Las personas que acuden a los Servicios de Urgencias y que han pasado por una situación traumática en la que se ha visto comprometida su vida o les ha ocasionado lesiones severas, como por ejemplo un accidente de tráfico, una violación, sufrir un infarto, ser diagnosticado de cáncer o vivir la pérdida de un ser querido, puede desencadenarles reacciones inmediatas de temor, angustia, nerviosismo pero además dejarles una huella profunda en su memoria por el recuerdo traumático vivido, quedando con intensidad fijado en ella. Actualmente las neurociencias están aproximándose al estudio de la neurobiología del TETP, es decir, a los aspectos biológicos y consecuencias de la exposición de una persona a un trauma.

Para diagnosticar a una persona de trastorno de estrés postraumático, los profesionales se basan en dos clasificaciones de enfermedades, el DSM que es el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría o la CIE-10, que es la Clasificación Internacional de Enfermedades publicada por la OMS.

El DSM-5, última edición de este manual, ya no incluye el TEPT dentro de los trastornos de ansiedad sino dentro de una nueva categoría denominada “Trastornos relacionados con traumas y eventos estresantes”, y los criterios que específica para su diagnóstico tanto para adultos, adolescentes y niños mayores de 6 años son los siguientes[21]:

A. Exposición a la ocurrencia o amenaza de muerte, lesiones graves o violación sexual en una (o más) de las formas siguientes:

  1. Experiencia directa del suceso traumático.
  1. Observación directa del suceso ocurrido a otros.
  1. Conocimiento de que el suceso traumático ha ocurrido a un familiar cercano o a un amigo íntimo. En los casos de ocurrencia o amenaza de muerte de un familiar o amigo, el suceso ha de haber sido violento o accidental.
  1. Exposición repetida o extrema a detalles repulsivos del suceso traumático (p.ej., socorristas que recogen restos humanos; policías repetidamente expuestos a detalles del maltrato o abuso infantil).

Nota: El Criterio A4 no se aplica a la exposición a través de medios electrónicos, televisión, películas o fotografías, a menos que esta exposición esté relacionada con el trabajo.

B. Presencia de uno (o más) de los síntomas de intrusión siguientes asociados al suceso traumático y que comienza tras la ocurrencia de este último:

  1. Recuerdos angustiosos, recurrentes, involuntarios e intrusos del suceso traumático.

Nota: En los niños mayores de 6 años, se pueden producir juegos repetitivos en los que se expresen temas o aspectos del suceso traumático.

  1. Sueños angustiosos recurrentes en los que el contenido y/o el afecto del sueño está relacionado con el suceso traumático.

Nota: En los niños, pueden existir sueños aterradores sin contenido reconocible.

  1. Reacciones disociativas (p.ej., reviviscencias o flashbacks) en las que la persona siente o actúa como si se repitiera el suceso traumático. (Estas reacciones se pueden producir en un continuo, y la expresión más extrema es una pérdida completa de conciencia del entorno presente.)

Nota: En los niños, la representación específica del trauma puede ocurrir durante el juego.

  1. Malestar psicológico intenso o prolongado al exponerse a factores internos o externos que simbolizan o se parecen a un aspecto del suceso traumático.
  1. Reacciones fisiológicas intensas a factores internos o externos que simbolizan o se parecen a un aspecto del suceso traumático.

C. Evitación persistente de estímulos asociados al suceso/s traumático/s, que comienza tras este último y que se pone de manifiesto por una o las dos características siguientes:

  1. Evitación o esfuerzos para evitar recuerdos, pensamientos o sentimientos angustiosos acerca del suceso traumático o estrechamente asociados con este.
  1. Evitación o esfuerzos para evitar recordatorios externos (personas, lugares, conversaciones, actividades, objetos, situaciones) que despiertan recuerdos, pensamientos o sentimientos angustiosos acerca del suceso/s traumático/s o estrechamente asociados con este.

D. Alteraciones negativas cognitivas y del estado de ánimo asociadas al suceso/s traumático/s, que comienzan o empeoran después del suceso/s traumático/s y que se ponen de manifiesto por dos (o más) de las características siguientes:

  1. Incapacidad para recordar un aspecto importante del suceso/s traumático/s (debido típicamente a amnesia disociativa y no a otros factores como una lesión cerebral, alcohol o drogas).
  1. Creencias o expectativas negativas persistentes y exageradas sobre uno mismo, los demás o el mundo (p.ej., “estoy mal,” “no puedo confiar en nadie”, “el mundo es muy peligroso”, “tengo los nervios totalmente destrozados”).
  1. Cogniciones distorsionadas persistentes sobre la causa o las consecuencias del suceso/s traumático/s que hace que el individuo se culpe a sí mismo o a los demás.
  1. Estado emocional negativo persistente (p.ej., miedo, terror, enfado, culpa o vergüenza).
  1. Disminución importante del interés o la participación en actividades significativas.
  1. Sentimiento de desapego o distanciamiento de los demás.
  1. Incapacidad persistente para experimentar emociones positivas (p.ej., felicidad, satisfacción o sentimientos amorosos).

E. Alteración importante de la activación y reactividad asociada al suceso traumático, que comienza o empeora después del suceso traumático y que se pone de manifiesto por dos (o más) de las características siguientes:

  1. Comportamiento irritable y arrebatos de furia (con poca o ninguna provocación) que se expresan típicamente como agresión verbal o física contra personas u objetos.
  1. Comportamiento imprudente o autodestructivo (p.ej., conducción peligrosa, uso excesivo de alcohol o drogas, conducta suicida o autolesiva).
  1. Hipervigilancia a las amenazas potenciales, ya sean relacionadas con el evento traumático o no.
  1. Respuesta de sobresalto exagerada.
  1. Problemas de concentración.
  1. Alteración del sueño (p.ej., dificultad para conciliar o mantener el sueño, o sueño inquieto).

F. La duración del trastorno (Criterios B, C, D y E) es superior a un mes.

G. El trastorno causa, de modo clínicamente significativo, malestar o deterioro en lo social, laboral u otras áreas importantes del funcionamiento.

H. El trastorno no se puede atribuir a los efectos fisiológicos de una sustancia (p.ej., medicamento, alcohol) o a otra afección médica.

Es importante saber que el desarrollo de TEPT, viene desencadenado por la percepción y la interpretación que cada persona tiene del acontecimiento vivido más que de por el hecho en sí. Las neurociencias proporcionan información y conocimiento acerca de los procesos biofisiológicos que subyacen a estas experiencias y nos ayudan a entender sus efectos18. Además, las neuroimágenes han facilitado información relevante en el entendimiento de los numerosos cambios que se producen en el cerebro en las personas que han sobrevivido a un acontecimiento traumático[22], ya que sugieren cambios biológicos no sólo relativos a la desregularización de los sistemas neuroquímicos, sino también a alteraciones en la función cerebral y en su estructura[22].

El hipocampo es una de las partes más importantes del cerebro, ya que está relacionado con los procesos que regulan los estados emocionales y la memoria. Esta región elimina aquella información que no es relevante para la persona pero en el caso del TEPT, el contenido de la memoria relativo al trauma vivido se repite continuamente sin poder ser eliminado y se experimenta como algo atemporal (aquí y ahora) como si fuera real. Esto es debido a que el contenido relativo al trauma se graba bajo tensión emocional, disparándose la síntesis de proteínas que son las encargadas de la consolidación de los recuerdos[23].

La base neuroquímica del TEPT parece ser la liberación excesiva de un neurotransmisor llamado glutámico, que es el encargado de excitar a las neuronas como consecuencia de un suceso estresante. Este neurotransmisor se disipa con rapidez pero las neuronas se mantienen en un estado excitado de actividad[24].  En relación a las alteraciones neuroanatómicas y neurofisiológicas del TEPT, las publicaciones de estos últimos años indican una reducción del volumen del hipocampo, una reducción de la sustancia gris que es uno de los componentes más importantes del Sistema Nervioso Central (siendo su reducción proporcional a la duración del trastorno y gravedad de sus síntomas), y del córtex prefrontal dorsolateral[25], encargado de la planificación motora, de integrar la información sensorial, es responsable de las funciones ejecutivas y de la memoria de trabajo. Asimismo, se produce afectación en los procesos de la atención, de la memoria y en la fase REM del sueño: menor sueño total, más cantidad de movimientos oculares rápidos, incremento de la tensión muscular, aumento de la tasada cardíaca, pesadillas y terrores nocturnos[25].

Todos estos nuevos descubrimientos en relación al TEPT con base en las neurociencias, sumado a las múltiples alteraciones neuroendocrinas  que se producen (sistema catecolaminérgico, sistema opioide endógeno, neuropéptido Y, sustancia P, sistema inmunológico…) que no se han detallado en este artículo por considerarse por parte de la autora de una profundización no necesaria para el tema abordado, han contribuido a nuevos y más efectivos tratamientos y por lo tanto, a una mejora en la intervención con los pacientes con TEPT que favorezca su rehabilitación neuropsicológica.

 

Trabajo social sanitario y Neurociencia: puntos de encuentro

Fuente de la imagen: Pixabay

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Los trabajadores sociales sanitarios y concretamente los que ejercen en los SUH, atienden a personas en situaciones de urgencia o emergencia, con múltiples problemáticas abordadas desde diferentes teorías que además requieren conocimientos de otras disciplinas, y les ayudan a cambiar sus sentimientos, pensamientos y conductas, siendo el cerebro humano el responsable de todo ello[20].

La intervención social concretamente en las personas que han pasado o están pasando por un acontecimiento traumático: han sido víctimas de abuso o agresión sexual, acaba de fallecer su ser querido en Urgencias, han sufrido un infarto al corazón o han tenido un accidente entre otros…, requiere de conocimientos previos que puedan contribuir a una mejor intervención por parte de los trabajadores sociales sanitarios de los aspectos psicosociales que presenta tanto el paciente como sus familiares, así como una mejor coordinación con el equipo interdisciplinar.

Los avances neurocientíficos y los conocimientos que se están produciendo en este campo, están revelando importantes implicaciones en el entendimiento de la conducta humana en el entorno social, por lo que la profesión del Trabajo Social tampoco es ajena a ellos. Es obvio que todo esto comporta un desafío para los conocimientos arraigados hasta ahora, pero aportan un conocimiento psicosocial relevante en ámbitos donde los trabajadores sociales ejercen una labor crucial. Las neurociencias contribuyen a mejorar la compresión del ser humano, campo de acción de estos profesionales, y sus conocimientos ya están siendo aplicados a los problemas sociales, fenómenos del comportamiento y a la condición humana en general[18].

A priori puede costar entender o relacionar las neurociencias con el Trabajo Social, pero incluso ya hay autores como Rosemary L. Farmer, profesora de Trabajo Social en la Universidad de la Mancomunidad de Virginia, que surgiere 6 razones por las que disciplinas como el Trabajo Social deben de comprender la Neurociencia[26]:

En primer lugar, porque el mundo ha cambiado y se ha producido una revolución neurocientífica que está aclarando el papel del cerebro en la comprensión del comportamiento, el pensamiento y la emoción, existiendo así mayores oportunidades para accionar sobre su funcionamiento.

En segundo lugar, los conocimientos neurocientíficos pueden proporcionar un beneficio inmediato sobre nuestra comprensión acerca del comportamiento humano y por lo tanto, sobre nuestra práctica profesional. A medida que aumentamos nuestro entendimiento sobre los problemas que afectan negativamente al cerebro y al sistema nervioso, estamos mejor preparados para proporcionar recursos y/o estrategias de gestión para los problemas crónicos y continuos que presentan las personas que atendemos.

En tercer lugar, porque la Neurociencia va a proporcionar con el tiempo ideas adicionales que sugieren que los trabajadores sociales deberán estar preparados para ellas, ya que seguramente haya resultados y datos futuros útiles para poder compartir.

La cuarta razón que argumenta Farmer, es que la Neurociencia ha contribuido y seguirá contribuyendo a una mejor comprensión del ser humano, por lo que este conocimiento puede contribuir a que la concepción del Trabajo Social se amplíe o se estreche, ya que los trabajadores sociales siempre han estado interesados en el comportamiento humano.

En quinto lugar, es que puede ayudar a los trabajadores sociales y a otros profesionales que trabajan con personas, a gestionar las crecientes dificultades a las que se enfrentan los usuarios debido a este mundo cada vez más complejo y estresante. Conocer el cerebro y su influencia en todas las funciones corporales, así como en los aspectos psicológicos, sociales y espirituales de una persona, pueden ayudar a proporcionar una conceptualización más amplia de los retos a los que se enfrenta el usuario, y a reconocer y utilizar todas las fortalezas de la persona. La Neurociencia puede ayudar a entender la etiología de tal complejidad y por lo tanto, la mejor manera de intervenir en ella.

Y como última razón la profesora Farmer, específica que los trabajadores sociales deben aspirar a contribuir a la comprensión neurocientífica ya que están preparados para ello.

Además, la práctica del Trabajo Social involucra a personas y familias con problemas psicosociales[27], por lo que el conocimiento de las neurociencias y su aportación como hemos comentado anteriormente a los problemas sociales, a los fenómenos de comportamiento y a la condición humana en general, son de imprescindible conocimiento para la práctica del trabajador social por su aportación a una nueva forma de examinarlos y abordarlos[18].

 

Aportaciones de la Neurociencia para mejorar la intervención social

Durante la evolución histórica del Trabajo Social, se han ido construyendo diferentes modelos de intervención de la práctica profesional, que han servido para orientar, guiar y fundamentar esa práctica garantizando una mayor adaptación al problema sobre el que se iba a intervenir. Entre los más influyentes se encuentran por ejemplo: el modelo de intervención en crisis, el modelo centrado en la tarea, el modelo sistémico, el modelo psicodinámico o el modelo humanista existencial, pero también hay otros modelos que están emergiendo como la Terapia narrativa.

Vista la importancia que tienen las neurociencias en temas fundamentales para el Trabajo Social en general y para el Trabajo Social Sanitario específico como puede ser el trastorno de estrés postraumático, se propone como iniciativa comenzar la construcción de un modelo de intervención basado en los conocimientos del cerebro humano, que contribuya al crecimiento del saber del Trabajo social y que permita[18]:

1º) Pensar sobre lo que hace el trabajador social en temas como el apego, las adicciones, la violencia, la salud mental, los trastornos neurodegenerativos, trastorno de estrés postraumático, etc.

2º) Que ayude a prever posibles efectos de la actuación profesional con personas y/o familias que presenten problemas sociales y que tengan conductas complejas en su entorno social.

3º) Que ayude a explicar posibles fallos que se puedan estar cometiendo como profesionales en la práctica diaria.

4º) Que facilite maniobrar estratégicamente con personas que presenten problemas conductuales y comportamentales en el campo de acción del Trabajo Social.

5º) Y lo que es más importante, que incorpore el bagaje práctico de los profesionales para mejorar el conocimiento acerca del ser humano como miembro de la sociedad que cada vez se enfrenta a un mundo social más cambiante.

 

Conclusiones

Fuente de la imagen: Pixabay

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La aparición de una enfermedad de forma repentina o de un acontecimiento que comporte una urgencia o una emergencia, puede conllevar en la persona que lo experimenta o lo observa una respuesta desadaptativa, que en ocasiones tendrá como respuesta el llamado trastorno de estrés postraumático (TEPT).

Los Servicios de Urgencias Hospitalarias serán aquellas unidades asistenciales dentro del hospital, que tendrán como función prestar la atención sanitaria urgente en estos casos proporcionando una asistencia integral a la persona, que como ya hemos comentado anteriormente comporta un elevado grado de complejidad y por ello, deberá ser atendida de forma multidisciplinar siendo las trabajadoras y trabajadores sociales sanitarios uno de los profesionales implicados.

Desde las Unidades de Trabajo Social Sanitario Hospitalario, se atenderán estos casos de la manera más rápida posible y eficaz, teniendo en cuenta la situación concreta y valorando las diferentes situaciones imprevistas surgidas, siendo conscientes de la insuficiente información con la que contará en ocasiones, la escasez de tiempo para buscar y gestionar recursos y sobre todo, la necesidad de conocer la coordinación interna entre los diferentes servicios médicos y externa, entre los niveles asistenciales y los diferentes recursos sociales y sociosanitarios.

Las neurociencias están proporcionando una información y conocimiento relevante acerca de los procesos biofisiológicos que subyacen a estas experiencias traumáticas, y nos ayudan a entender sus efectos. Han aportado información sobre los cambios biológicos relativos a las alteraciones en la función cerebral y en su estructura, tanto neuroanatómicas como neurofisiológicas que afectan a las funciones ejecutivas, a los procesos de atención, de la memoria y a la fase REM del sueño: menor sueño total, más cantidad de movimientos oculares rápidos, incremento de la tensión muscular, aumento de la tasada cardíaca, pesadillas y terrores nocturnos entre otros muchos aspectos. Todo ello, ha contribuido a nuevos y más efectivos tratamientos y por lo tanto, a una mejora en la intervención con los pacientes con TEPT favoreciendo a su rehabilitación neuropsicológica.

Como los avances neurocientíficos que se están produciendo en este campo, están revelando importantes implicaciones en el entendimiento de la conducta humana en el entorno social, y sus conocimientos ya están siendo aplicados a los problemas sociales, fenómenos del comportamiento y a la condición humana en general, los profesionales del Trabajo Social en general y los que ejercer en el ámbito sanitario en particular, deben de comenzar a tenerlos en cuenta ya que aportan un conocimiento psicosocial relevante en ámbitos donde ejercen una labor crucial y además puede aportarles una nueva forma de examinarlos y abordarlos.

No cabe duda de que los trabajadores sociales sanitarios deben de comenzar a conocer el órgano más complejo del cuerpo humano, el cerebro, y profundizar en su conocimiento integrándolo en su práctica diaria si quieren ser más efectivos y estar mejor preparados, continuando al día en la investigación sobre las prácticas basadas en la evidencia. El campo de las neurociencias puede ser un nuevo ámbito profesional para expandir los conceptos de la profesión además de poder contribuir con ello, a esta gran revolución neurocientífica de nuestro siglo.

 


Bibliografía

[1] Gómez J. Urgencia, gravedad y complejidad: un constructo teórico de la urgencia basado en el triaje estructurado. Emergencias. 2016; 18:156-164.

[2] Ministerio de Sanidad y política Social. Unidad de urgencias hospitalaria. Estándares y recomendaciones. Madrid; 2010.

[3] Vázquez I, Fuentes MC. Relación de urgencias reales y sentidas en un Servicio de Urgencias Pediátricas. Archivos de investigación materno infantil.2011; 3(1):19-23.

[4] Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales de Igualdad. Informe anual del Sistema Nacional de Salud 2016.Madrid; 2016. [en Internet]: [consultado el 25 de febrero de 2018]. Disponible  en: https://www.msssi.gob.es/estadEstudios/estadisticas/sisInfSanSNS/tablasEstadisticas/InfAnualSNS2016/Resumen.pdf

[5] Sánchez M. Las necesidades sociales originadas a consecuencia de la enfermedad en pacientes adultos hospitalizados. Caleidoscopio Revista Digital de Trabajo Social. 2016; 2 (6):107-117.

[6] Labath LM. El cerebro y las situaciones de terror. Asociación Educar para el Desarrollo Humano. 2016. [en Internet]: [consultad el 21 de febrero de 2018]. Disponible en: http://asociacioneducar.com/cerebro-situaciones-terror

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Fuentes electrónicas consultadas

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