El viejo continente se enferma

Imagen: Rebeca Cordero Verdugo

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Tiempos difíciles estos que corren en la vieja Europa en el plano social: la crisis económica, el trato desigualitario entre los países de la Unión, el empobrecimiento social y los atentados terroristas (injustamente sufridos en los últimos tiempos), entre otras cuestiones de una larga lista, hace que nos preguntemos ¿hacia dónde nos dirigimos?.

Esta respuesta nos resultaría imprescindible para estar preparados ante los futuros retos de nuestras sociedades en el plano psicosocial. Y no aludo a circunstancias de emergencia pues es sabido por todos que los protocolos marcados cumplen adecuadamente con las funciones de asistencia, intervención y mantenimiento del orden, me refiero a retos muchos más difíciles de combatir en cuanto que son el resultado de problemas enraizados a nivel social.

Sin embargo, retomando la cuestión arriba planteada no resulta fácil encontrar una respuesta en tanto que Europa parece errar sin rumbo fijo, lo que desde luego no resulta muy alentador. En otros tiempos, más necesitados quizá de desarrollo y progreso, el pensamiento y la reflexión trataban de favorecer procesos de comprensión y convivencia, con la intención de alcanzar tiempos mejores. Muestra inequívoca de un interés por el avance y el progreso que hoy parecen no prosperar.

Nuestra querida Europa ha resistido las embestidas de los tiempos muy dignamente convirtiéndose durante mucho tiempo, y no me refiero a visiones eurocéntricas, en el paradigma de la Filosofía, la Política, la Sociología, o demás disciplinas en Ciencias Sociales y Humanas, si bien, las últimas noticias, nos hacen pensar que estamos en nuestro peor momento. Incapaces de alcanzar acuerdos sociales y humanos nos aferramos a una Unión, más que nada económica, que en estos tiempos decide superponer estos intereses a los otros. En esta Unión cada vez más ficticia, pero beneficiosa para unos pocos, se están produciendo una serie de problemas a los que será difícil dar cobertura.

Problemas sanitarios, educacionales, laborales, jurídicos o identitarios se ciernen sobre nosotros sin que la ciudadanía haga mucho al respecto, las movilizaciones parecen perder la fuerza que tenían hace un tiempo, y las que se producen no ven colmadas sus expectativas en cuanto que desde los poderes públicos se lucha por disuadirlas o quitarlas importancia mediante la construcción de corrientes de opinión pública que evidencian como únicas alternativas válidas las dadas por los poderes públicos. Dicho de otro modo, desde las instituciones se toman decisiones contrarias a la ciudadanía, en muchos momentos, que pueden ser definidas de auténtica violencia estructural y que traerán consecuencias a largo plazo.

Imagen: Rebeca Cordero Verdugo

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Si bien, se ha de precisar en este punto que no son todos los países de la Unión los que se ven afectados de la misma manera, primero fueron los denominados PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España), ahora le sigue Francia y así irán cayendo país tras país en una espiral de pérdida de derechos y libertades fundamentales, bienestar, derechos laborales, poder social, generando un enorme empobrecimiento social, según Slavoj Zizek en su libro La nueva luchas de clases. Los refugiados y el terror, en el momento actual “se tiende a rechazar los valores culturales occidentales justo en el momento en que, reinterpretados de manera crítica, muchos de ellos (igualitarismo, derechos fundamentales, Estado del Bienestar) podrían servir de armas contra la globalización capitalista” (Zizek, 2016: 26) de ahí que movimientos como el 15M en España o la Nuit Debout en Francia sean apoyados y ensalzados por ciudadanos comprometidos y afectados socialmente, y demonizados por las élites políticas estructuralizadas que ven en ellos a la subversión, la desviación, el enemigo, y lo que es peor el germen de una especie de conciencia social insana que se instala en algunos individuos a los que en vez de presumirles defensores de los valores y los derechos eurocéntricos por los que se luchó tiempo atrás, se les considera saboteadores de lo democrático.

Sin embargo, es bueno recordar que tras la incorporación de los países miembros a la Unión Europea estos cedieron parte de su soberanía a una organización supranacional a la que se le ha reconocido falta de legitimidad democrática incluso por parte de aquellos que forman parte de las instituciones europeas, lo curioso de este hecho es que los líderes políticos próximos a ideologías de izquierda aducen que esa “deficiencia democrática” a pesar de ser injusta en ocasiones resulta necesaria.

Llegados a este punto pareciera que formamos parte de un círculo vicioso no carente de sentido donde todo tiene su lugar y su sitio, y donde no se da lugar a la reflexión y a la crítica, algo poco alentador para la salubridad social, en cuanto que cada vez será más habitual enfrentarse a procesos anómicos ya descritos por Durkheim, en otra época, o a actuaciones violentas resultado de conflictos sociales por parte de aquellos que se niegan a verse sometidos.

¿Y qué podremos hacer cuando llegue ese momento?. Algo no tan lejano en el tiempo. Según Johan Galtung frenar la violencia sólo será posible actuando en los tres vértices del triángulo de la violencia: violencia directa (aquella que se ve), violencia cultural y violencia estructural (aquellas que no se ven, pero que son muy dañinas y existen), pero ¿quién lo hará?. Si la violencia directa es el resultado de la cultural y de la estructural y el Estado o las instituciones son las responsables de estas dos últimas, y a su vez hemos afirmados que la toma de decisiones y actuaciones contrarias a la ciudadanía son justificadas como necesarias, parece que sólo queda lugar para intervenir en la cultural y en la directa a través de aquellos que trabajan en áreas psicosociales desde ONG, ONL, o instituciones muy determinadas, los cuales no van a conseguir el impacto ansiado, dado que únicamente el Estado es quien puede llegar a todos los ámbitos, no sólo por su capacidad de influencia y decisión, sino por su capacidad de financiación.

Quizá más fácil sea intervenir en procesos anómicos si bien pareciera que corremos el riesgo de actuar para el conformismo y la asunción de la situación y no para la crítica y la confrontación.

Como podemos ver son malos tiempos para aquellos que trabajamos en lo social y parece que lo que está por venir no es mucho mejor, quizá el éxito resida en trabajar la crítica para vencer el inmovilismo institucional y lograr el respecto y el bienestar de la ciudadanía.

 

Bibliografía

  • Durkheim, E. (1989). El suicidio. Madrid: Akal.
  • Galtung, J. (1999). Tras la violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución. Afrontando los efectos visibles e invisibles de la guerra y la violencia. Bilbao: Bakeaz. Centro Documentación Estudios para la Paz.
  • Zizek, S. (2016). La nueva luchas de clases. Los refugiados y el terror. Barcelona: Anagrama.
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